Healthcare

Un mini accidente cerebrovascular puede tener graves consecuencias

Diez años atrás, Kristin Kramer se despertó temprano una mañana porque uno de sus perros necesitaba salir. Fue cuando sucedieron un par de cosas extrañas.

Cuando intentó llamar a su otro perro, “no podía hablar”, recordó. Y al bajar las escaleras para dejarlos salir al jardín, “me di cuenta que no podía mover mi mano derecha”.

Así y todo volvió a la cama, “lo cual fue una tontería”, dijo Kramer, ahora de 54 años, quien es gerenta de una oficina en Muncie, Indiana. “No me di cuenta de que estaba sucediendo algo grave”, sobre todo porque, al despertar una hora después, “estaba perfectamente”.

Así que “simplemente no le di importancia”, y se fue a trabajar.

Es una respuesta común a los síntomas neurológicos que indican un AIT, un accidente isquémico transitorio o un mini accidente cerebrovascular. Al menos 240.000 estadounidenses experimentan uno cada año, y la incidencia aumenta dramáticamente con la edad.

Debido a que los síntomas desaparecen rápido, generalmente en minutos, las personas no buscan tratamiento inmediato, lo que las expone a un alto riesgo de sufrir un derrame cerebral más grave.

Kramer sintió un hormigueo en el brazo durante los dos días siguientes y consultó a su médico, quien no encontró nada alarmante en una tomografía computarizada. Pero luego empezó a confundir las palabras y finalmente un familiar la llevó a una sala de emergencias.

Para entonces, ni siquiera podía firmar. Después de una resonancia magnética, recordó, “mi médico entró y me dijo: ‘Ha tenido un derrame cerebral leve’”.

¿Esas anomalías matutinas fueron un AIT? ¿Podría haber evitado su derrame cerebral una llamada al 911? ¿ Comenzar antes con un tratamiento con anticoagulantes? “No lo sabemos”, dijo Kramer. Ahora está bien, pero si volviera a experimentar esos síntomas, “buscaría atención médica”.

Ahora, un amplio estudio epidemiológico realizado por investigadores de la Universidad de Alabama-Birmingham y la Universidad de Cincinnati, publicado en JAMA Neurology, resalta otra razón para tomar en serio los AIT: a lo largo de cinco años, el rendimiento de los participantes en el estudio en pruebas cognitivas tras un AIT disminuye de forma tan pronunciada como en las víctimas de un ictus grave.

“Si se sufre un ictus o un AIT, sin ningún otro evento a lo largo del tiempo ni ningún otro cambio en el estado de salud, la tasa de deterioro cognitivo es la misma”, afirmó Victor Del Bene, neuropsicólogo y autor principal del estudio.

Un editorial de Eric Smith, neurólogo de la Universidad de Calgary, que acompañó a la publicación del estudio, tuvo un título muy acertado: “¡Ataque isquémico transitorio, no tan transitorio después de todo!”.

El estudio demostró que incluso si los síntomas se resuelven —normalmente en un plazo de 15 minutos a una hora—, los AIT sitúan a las personas en una fase cognitiva diferente en etapas posteriores de la vida. Smith dijo en una entrevista: “un cambio duradero en la capacidad cognitiva de las personas, que posiblemente conduzca a la demencia”.

El estudio, que analizó los hallazgos de datos de más de 30,000 participantes, realizó un seguimiento de tres grupos de adultos de 45 años o más sin antecedentes de accidente cerebrovascular o AIT. “Ha sido un grupo difícil de estudiar debido a la falta de datos de referencia sobre su funcionamiento antes del AIT o accidente cerebrovascular”, dijo Del Bene.

Sin embargo, con este estudio longitudinal, los investigadores pudieron separar a quienes sufrieron un AIT del grupo que posteriormente sufrió un accidente cerebrovascular y también de un grupo de control asintomático. El equipo ajustó sus hallazgos a diversas variables demográficas y afecciones de salud.

Inmediatamente después de un AIT, “no observamos un cambio abrupto en la cognición”, algo que midieron en pruebas realizadas cada dos años, afirmó Del Bene. El grupo con accidente cerebrovascular mostró un deterioro pronunciado, pero los participantes del grupo con AIT y del grupo de control “estaban prácticamente empatados”.

Cinco años después, el panorama era diferente. Las personas que habían sufrido AIT tenían un mejor estado cognitivo que quienes habían sufrido un accidente cerebrovascular. Sin embargo, ambos grupos experimentaban un deterioro cognitivo a un ritmo igualmente pronunciado.

Tras considerar diversas causas posibles, los investigadores concluyeron que el deterioro cognitivo no reflejaba factores demográficos, enfermedades crónicas ni el envejecimiento normal, sino el propio AIT.

“No se trata de demencia”, afirmó Del Bene sobre el deterioro tras un AIT. “Quizás ni siquiera se trate de un deterioro cognitivo leve. Pero sí de una trayectoria alterada”.

Por supuesto, la mayoría de los adultos mayores padecen otras enfermedades y factores de riesgo, como cardiopatías, diabetes o tabaquismo. “Estos factores, en conjunto, actúan sinérgicamente para aumentar el riesgo de deterioro cognitivo y demencia con el tiempo”, afirmó.

Los hallazgos refuerzan la preocupación de larga data de que las personas que experimentan un AIT no responden con la suficiente rapidez al incidente. “Estos eventos son graves, agudos y peligrosos”, afirmó Claiborne Johnston, neurólogo y director médico de Harbor Health en Austin, Texas.

Luego de un AIT, los neurólogos estiman el riesgo de sufrir un ictus posterior en un plazo de 90 días entre el 5% y el 20%, y la mitad de ese riesgo se produce en las primeras 48 horas.

“Sentirse normal de nuevo no significa que puede ignorarlo o posponerlo y hablarlo con su médico de cabecera en su próxima visita”, dijo Johnston. Los síntomas deberían motivar una llamada al 911 y una evaluación en una emergencia.

¿Cómo reconocer un AIT? Tracy Madsen, epidemióloga y especialista en medicina de emergencia de la Universidad de Vermont, promueve el acrónimo BE FAST (en inglés: pérdida del equilibrio, cambios en la visión, caída facial, debilidad en los brazos, problemas del habla). La “T” significa tiempo, es decir, no desperdicies nada.

“Sabemos mucho más sobre cómo prevenir un accidente cerebrovascular, siempre que las personas vayan al hospital”, dijo Madsen, vicepresidenta de un comité de la Asociación Americana del Corazón (AHA) que, en 2023, revisó las recomendaciones para los AIT.

La declaración exigió pruebas y tratamientos más completos y agresivos, que incluyan imágenes, evaluación de riesgos, anticoagulantes y otros medicamentos, y asesoramiento sobre cambios en el estilo de vida que reduzcan el riesgo de accidente cerebrovascular.

A diferencia de otras afecciones urgentes, un AIT puede no parecer grave y ni siquiera visible; los propios pacientes deben determinar cómo actuar.

Karen Howze, abogada y periodista jubilada de 74 años de Reno, Nevada, no se dio cuenta de que había sufrido varios AIT hasta que un médico notó debilidad en su lado derecho y le ordenó una resonancia magnética. Años después, todavía nota algún efecto en su capacidad para recordar palabras.

Quizás “accidente isquémico transitorio” sea una etiqueta demasiado tranquilizadora, argumentaron Johnston y un coautor en un editorial de 2022 en JAMA. Sugirieron que darle a un AIT un nombre más intimidante, como “accidente cerebrovascular isquémico menor”, probablemente provocaría una llamada al 911.

Todos los expertos entrevistados para esta columna respaldaron la idea de un nombre que incluya la palabra “accidente cerebrovascular”.

Cambiar la práctica médica es “frustrantemente lento”, reconoció Johnston. Pero sea cual sea la nomenclatura, tener presente BE FAST podría dar lugar a más ejemplos como el de Wanda Mercer, quien compartió su experiencia en una columna anterior.

En 2018, donó sangre en el móvil frente a su oficina en Austin, donde trabajaba como administradora de sistemas en la Universidad de Texas, y luego caminó dos cuadras hasta un restaurante para almorzar. “Esperando en la fila, recuerdo haberme sentido un poco mareada”, dijo. “Desperté en el suelo”.

Reavivada, le aseguró al preocupado gerente del restaurante que simplemente se había desmayado después de donar sangre. Pero el gerente ya había llamado a una ambulancia: fue la mejor decision número 1.

Los médicos de emergencias le realizaron pruebas, no detectaron ningún problema, le administraron líquidos intravenosos y le dieron el alta. “Empecé a decirles a mis colegas: ‘¡Adivinen qué me pasó en el almuerzo!’”, recordó. Pero se quedó sin palabras: “No podía articular lo que quería decir”, recordó.

Decisión número 2: sus compañeros de trabajo, sospechando un derrame cerebral, llamaron a los paramédicos por segunda vez. “Me resistía a ir”, dijo Mercer. “Pero tenían razón”. Esta vez, le diagnosticaron un derrame cerebral leve.

Mercer no ha tenido recurrencias. Toma una estatina y una aspirina infantil a diario y visita a su médico de cabecera anualmente. Por lo demás, a sus 73 años, se ha retirado a una vida activa de viajes, pickleball, correr, levantar pesas y grupos de lectura.

“Estoy muy agradecida de tener una historia feliz que contar”, expresó.

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